Los mejores textos de los estudiantes de la Université de Nantes, aquí en "Galdós vive"

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Estudiantes InfoCom de la Université de Nantes y periodistas envían sus comentarios sobre El abuelo

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Un texto de Galdós llevado a la gran pantalla

dimanche 7 février 2010

La discreción

Supongamos que se nos preguntará cuál es la condición que estimamos más en un hombre. Supongamos que entre todas las bellas condiciones que pueden adornar y realzar a una persona se nos diera a elegir. Si hubiéramos de determinar todas las condiciones que deben hacer estimable y admirable a un hombre, nuestra respuesta no sería ni un mmento difícil ni dudosa. Pero en el caso de elegir una sola de dichas cualidades, ¿no nos veríamos un poco perplejos y comprometidos? “Yo estimo la bondad, diría uno, yo estimo la inteligencia, añadiría otro Yo señores –añadiría arrogantemente otro- pongo el valor por encima de todo”.
Todas estas contestaciones serían plausibles y merecerían la más calurosa aprobación de todos. Pero he aquí que un hombre que en tal concurso hubiera estado callado, reflexionando, dijera de pronto: “Pues yo lo que más alto pongo en una persona es la discreción.” Si todas las respuestas y pareceres anteriores hubieran suscitado discusión, razonada discusión, es seguro que todos, al oíe estanueva contestación, reflexionaríasocial, en la vida diaria, como en la vida política, como en todo, lo indispensable, por encima de todo, es la discreción. Se puede prescindir de todo; un hombre puede ser mediocremente bueno, mediocremente inteligente, mediocremente valerososo; pero de lo que no se puede prescindir, pero lo que haría imposible, totalmente imposible, la vida, es la falta de discreción.
Tal razonamiento sería muy justo. Ahora bien, ¿qué es la discreción? La inteligencia, el valor y la bondad tienen un relieve positivo, son como algo tangible, como algo que se puede tocar, se exterioriza en mil obras y hechos que todo el mundo ve y sobre los cuales todo el mundo puede lanzar su juicio. Hay multitud de cosas que todo el mundo ve, aun los más torpes, que son buenas, valerosas e inteligentes. Pero la discreción es algo sutil, imponderable, impalpable; la discreción es un acomodamiento rápido, instantáneo, a las circunstancias del momento. Y las circunstancias del momento varían, cambian, adquieren mil caracteres y aspectos que es difícil, sumamente difícil, apreciar en el acto, en el instante en que necesitan ser apreciadas.
Dice Maquiavelo en el capítulo XXII de Il Príncipe que existen tres clases de cerebros. Los primeros son aquellos que comprenden las coss por sí mismos; los segundosson los que las comprenden cuando se las explican, y los terceros son los que no las comprenden ni por si mismos ni cuando se las explican. Los primeros de etsos espíritus son discretos; los segundos pueden ser también capaces de discreción. Pero ¿cómo podrán ser los terceros? ¿Cómo podrán ser discretos aquellos hombres queno entienden las cosas ni cuando las ven ni cuando se las explican?
Muchas veces tropezamos en la vida con hombres de esta naturaleza. Un caso suele ocurrir que por lo frecuente toca en los linderos de lo vulgar. Muchas veces, en una tertulia o reunión de personas discretas, se suele introducir ocasionalmente, un hombre cuyos hábitos de conducta y de palabra están en pugna con el tono general de la tertulia. Los contertulios ven con disgusto la intromisión desagradable de tal personaje. Todos desean que el aludido cese en sus visitas diarias y deje de conturbar con su presencia la apacible reunión. Nadie se atreve a decir nada. Todos, mentalmente, se vuelven hacia el dueño de la casa para que como el más autorizado, con una alusión discreta suya haga de modo que el desagradable visitante comprenda su ioportunidad y deje de concurrir a la tertulia. Un día, en efecto, el dueño de la casa dirige una velada indirecta al intruso. Todos los contertulios esperan que la advertencia sea comprendida. Sin embargo, el amigo conocido molesto no se da por enterado y continúa concurriendo a la tertulia.
¿No es esto una falta enorme de discreción? ¿Qué recurso le quedará al dueño de esta casa que hemos supuesto para que la persona molesta cese en sus visitas, se marche y deje en paz y en armonía a esta reunión de amigos? Si la persona molesta ha entrado en la casa bruscamente, dando gritos, casi atropellando a los moradores de la casa, ¿se podrá esperar que en tan dura epidermis haga mella y sea eficaz una alusión velada, culta, discretísima, del dueño de la casa? ¿Qué medios, invalidados los de la buena educación, habrá que emplear con el visitante inoportuno para que éste comprenda la situación violenta en que se halla?
Razón tenía Nicolás Maquiavelo, el finísimo político florentino. Pero en la clasificación de espíritus que él hacía habría que colocar una cuarta categoría. La de aquellos que comprenden las cosas, pero que hacen como si no las comprensieran. Y estos son los peores. Azorín. ABC, 7 febrero, 1910.

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