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Un texto de Galdós llevado a la gran pantalla

samedi 30 janvier 2010

Una impresión


Pocas, muy pocas palabras sobre la entrada de ayer, en Madrid, de nuestro admirable ejército de África. La impresión en todos ha sido unánime: impresión de disgusto, de contrariedad y de tristeza. Media hora antes de las once, la calle de Alcalá, amplia y hermosa, estaba repleta, rebosante de gente. Pocas veces se habrá visto en la vía pública una multitud tan compacta y tan ansiosa de aplaudir. Comenzaron a pasar las tropas y comenzó el desencanto. El ejército no podía desfilar; las tropas se veían precisadas a atravesar con mil trabajos por entre la muchedumbre. Los soldados desfilaban en pelotones, de dos en dos, de uno en uno; el público se mezclaba con ellos; el desfile se hacía con una gran lentitud. Transcurría el tiempo; poco a poco el público desaparecía: los balcones y tribunas se despoblaban. Comenzó el desfile a las once; a las dos y media duraba todavía. Una profunda tristeza se reflejaba en todos los semblantes; se veía vivamente contrariados a los dignísimos y valerosos oficiales que mandaban las tropas.
Se han hecho mal, muy mal, las cosas. No ha sido ésta la entrada de un ejército vencedor, cuya oficialidad tan alto e inmortal ejemplo ha dado de heroísmo. Para realizar una entrada digna de tal ejército, las tropas de Madrid debieron haber cubierto la carrera. Se hubiera tributado con esto un homenaje de admiración y de cariño fraternal del ejército que vuelve triunfador. Libre la vía pública, las tropas hubieran desfilado por ella ligeramente, con desenvolultura, con toda la marcialidad y la gallardía propias del Ejército. Hubieran sonado las músicas, y la multitud, enardecida, entusiasmada ante el magnífico espctáculo, hubiera llenado el aire de vítores y aclamaciones. Así todo se hubiera juntado en una visión breve, rápida, intensa y el desfilar del ejército marcial y ligero hubiera formado un conjunto armónico, de una belleza insuperable, con las ovaciones, el sonar de las músicas y las flores que de los balcones y tribunas se arrojaban.
Hoy saldrá la Prensa excusando el fracaso de los organizadores de la recepción con el tópico de la “confraternidad del pueblo y del Ejército”. No es eso; todo es compatible: la confraternidad puede venir luego. Pero el Ejército, ante todo, debe ser Ejército. El Ejército, la impresión suprema, total, que debe producir en la multitud es la de fuerza, orden, autoridad, jerarquía, indestructible e inexorable disciplina. No puede haber impresión más intensa y más bella que la que produce un ejército que sea como un mecanismo, como un organismo ordenado, rápido, matemático, silencioso. Entonces es cuando se aprecia y se siente intuitivamente todo el alto valor de una fuerza, de la fuerza –razón suprema creadora de derecho- que evoluciona, que se mueve con la precisión, rapidez y la seguridad de quien tiene conciencia de su propio valor, de su trascendencia y de su alta misión. Ayer mismo se vio, como cuando algún jefe –como el señor Páez Jaramillo, como el señor Bermúdez de Castro- intentaba poner en orden a sus soldados y los hacía caminar un corto trecho militarmente, la multitud aplaudía llena de entusiasmo, y los vítores y las aclamaciones salían de todos los labios.
Pero los esfuerzos eran inútiles; otra vez las filas se cerraban y comenzaba la desordenada desbandada, sin lucimiento y sin gallardía. Error, profundo error ha sido este recibimiento organizado en honor de un ejército que tan alto ha puesto el honor de la patria. Olvidemos tan enorme torpeza, y vaya un aplauso entusiasta y cariñoso para quienes con tanto heroísmo se han batido en la tierra africana.
Azorín. ABC, 30 de enero de 1919, pág. 5.

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