Los mejores textos de los estudiantes de la Université de Nantes, aquí en "Galdós vive"

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Estudiantes InfoCom de la Université de Nantes y periodistas envían sus comentarios sobre El abuelo

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Un texto de Galdós llevado a la gran pantalla

mardi 5 janvier 2010

De Goethe por Azorín ABC, 5 de enero, 1910

Una de las muestras que acusan más claramente el atraso o cultura de un país o, mejor, de un grupo social es la asociación ideológica que se establece entre el ideal medio, conservador, tradicionalista, y la incapacidad intelectual y de orden altruísta y afectivo en las personas que lo sostienen, profesan y propugnan. Sería curioso dilucidar cómo, a través de qué concatenación ideológica, ha llegado a creer el vulgo -hay vulgo en todas partes- que no se puede tener un entenimiento claro, que no se puede tener una cultura seria, que no puede darse altruísmo y generosidad, y, sobre todo, independencia mental, si no se milita en un partido extremo. Un hombre, -los estamos viendo y saludando todos los días- puede tener un espíritu mediocre y estrecho, puede ser prácticamente un intolerante y un fanático, puede toda su cultura -cuánto hay de esto en el periodismo- reducirse a cuatro nociones vagas, superficiales y confusas; pero desde el momento en que vocifera por la libertad y por el progreso, desde el momento en que milita en un grupo o secta radical, estrema, ya a los ojos de ese vulgo medio e "ilustrado" aparece redimido de toda su mediocridad y su estulticia. Sucede más aún. En nuestro periodismo vemos frecuentemente que en tanto que un escritor recto y sincero, íntegro, que vive modestamente y que nunca ha recibido dádiva ninguna de un partido político al cual está afiliado, se le tiene en entredicho y se forma a su alrededor un ambiente equívoco, otro escritor de opuestas condiciones, pero de ideas avanzadas, puede, sin escándalo, con toda naturalidad, acusar y zaherir al primero, y quedar sobre él en punto a corrección y moralidad política.
Lo que se dice respecto a las personalidades puede decirse respecto a las agrupaciones políticas. Un partido político se afana y pone todo su empeño en una obra patriótica de saneamiento de costumbres, de cumplimiento estricto de la ley; durante dos, tres, o cuatro años de su estancia en el poder, toda su labor estará orientada hacia ese propósito y todos sus hombres inspirarán su conducta en el más estricto cumplimiento del deber. La Prensa vigilará constantemente sobre sus menores actos; cualquier pequeñez que se suponga apartada de la más rigurosa moralidad -infundadamente- levantará clamores y gritos de protesta.
Para combatir a estos hombres y a este partido se supondrán y forjarán las más desenfranadas y absurdas fantasías...Sin embargo, adversarios de ese partido suben al poder (a veces lo escalan y fuerzan violentamente) y entonces toda la decoración cambia en absoluto. Para operar un poco decorosamente el cambio se han echado por medio las grandes palabras de libertad y de progreso. Entonces vemos que al amparo de estas palabras se pueden realizar y se realizan todos los hechos, todos los desenfrenos, todos los actos incalificables, todas las tropelías que antes se fingían e imaginaban para combatir el adversario y para clamar desgarradamente y mover barullo de protesta.
¿Se habrá perdido la conciencia social en un país en que tal espectáculo se ofrece? Y los hombres -políticos y periodistas- que en tal país se impongan el deber de trabajar por la cultura y por la moralidad, ¿no necesitarán para permanecer serenos e impasibles de una gran dosis de confianza en si mismos, de patriotismo y de fe? Precisas son en efecto, la fe y la confianza en la propia personalidad y en el íntimo ideal. Ante el ataque ínjusto, apasionado y aun injurioso; ante toda la avalancha de la mediocridad, y de la petulancia inverecunda, lo más grave que puede sucederle a quién sustenta un ideal es perder la íntima convicción en sí mismo, es cambiar en la posición tomada, es, en un apalabra, retroceder. Hayamos tomado la posición que hayamos tomado, no retrocedamos en un ápice jamás. El cambiar, el retroceder, vale tanto como ir encontra de nuestra personalidad, como dar por nulos y por equivocados todos nuestros esfuerzos, como acusarnos ante el adversario de nuestra propia debilidad y de nuestra inconsciencia.
No rectifiquemos, ni retrocedamos, ni cambiemos jamás. No perdamos nunca nuestra serenidad por duros y ásperos que sean los incidentes de la lucha. Quiero invocar las palabras de uno de los más altos y severos espíritus que han surgido en la humanidad. Respondiendo Goethe a una petición de consejo de suamigo Kestner, le decía lo siguiente: "Me pedís un consejo, y consejo es difícil darle desde lejos. El mejor consejo, el más leal y el más discreto es éste: Permaneced en vuestra posición...Permaneced fielmente y con firmeza en vuestro sitio. Dirigid todos vuestros esfuerzos hacia un solo fin. Sois el hombre indicado para eso, y avanzareis permaneciendo fijo porque todo lo que está detrás de vos retrocede. Todo aquel que cambia de posición pierde siempre moral y materialmente los gastos de viaje y de nuevo establecimiento y permanece rezagado. Yo os digo esto en calidad de hombre de mundo, y que sabe cómo las cosas acaecen."
Tengamos siempre presentes en la lucha, estas palabras de Goethe, de aquel alto, sereno y luminoso espíritu.
Azorín.

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