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Un texto de Galdós llevado a la gran pantalla

vendredi 15 janvier 2010

Tipos de políticos, ABC, 13 de enero, 1910.


A mi entender, todos los políticos , todos los hombres que actúan en la vida pública, pueden reducirse a tres tipos o categorías. El primer tipo de político, le que se halla más bajo en la escala, el tipo completamente inferior, es el del político “utilitario”, digámoslo así; “el tipo que actúa” y se desenvuelve en la vida política, en la gobernación, sin más guía ni más propósito que el de su propio provecho y engrandecimiento. Este político ha abundado mucho durante la Restauración y de él quedan todavía muchos ejemplares. Escéptico y egoísta en absoluto, su visión de las cosas y de la realidad no se extiende más allá del círculo en que se mueve su persona. Todos sus esfuerzos los concentra en un punto supremo: su bienestar. Este político, si llega a los Consejos de la Corona y tiene la desgracia de abandonar el cargo a los cuatro o seis días, o al mes o los dos meses, se consolará fácilmente pensando que le queda la cesantía de ministro. Sí, por el contrario, dura mucho en el cargo, él se ingeniará de modo que al abandonarlo lo haga en distintas condiciones de cuando entró en él. Ni el bienestar de su país ni sus ciudadanos le importan nada a tal político. Como último rasgo que lo retrata diremos que tal político suele ser ingenioso, franco, campechano, decidor, elocuente a veces.
El segundo tipo de político es el que podemos calificar de “espectacular” osea un político que toma la vida pública como un espectáculo, como un arte (entendiendo el arte en el sentido en que lo entendía Spencer, como un juego). Este político puede ser honesto y recto; pero es también un escéptico, un pesimista. Generalmente, los políticos de esta categoría son historiadores o aficionados a los estudios históricos; ellos proceden con absoluta rectitud y lealtad; pero la historia y el trato de los hombres y la observación (una parcial observación) de las sociedades humanas les han hecho ver la inutilidad de todo esfuerzo, y toda su obra, toda su labor, se reduce a mantener un status quo prudente, un equilibrio, una ponderación discreta, y a transigir y contemporizar, sin más finalidad que ser, estar, que dejar que las cosas se desenvuelvan ellas mismas. El tipo de este político escéptico y equilibrado puede decirse que ha sido y es la causa de nuestra ruina y de nuestro atraso. Pueden ser irreprochables en su conducta; pero su grande y profunda falta consiste en ese mimo de dejar hacer, en esa transacción continua y triste, en ese celebrado y ponderado equilibrio.
El tercer tipo de político lo constituyen aquellos que exactamente se podrían calificar de “místicos”; políticos de una poderosa y rica vida interior, de una gra fe, de un arobusta y poderosa confianza en sí mismos. Son rarísimos esos políticos, y su aparición en una sociedad, en un país, bien puede ser señalada con piedra blanca. La vida de estos políticos es una continua lucha. Creyentes en el poder de su acción, creyentes en los destinos de su pueblo, creyentes en el mejoramiento y perfeccionamiento social, toda su alma y su vida es puesta en todos los momentos, todos los días, al servicio de su idea. Como la resistencia al mejoramiento es enorme en un país inculto, o poco culto, como el nuestro (y por eso se necesita la reforma, por la gran cantidad de incultura) tal político ha de tropezar en su camino con la protesta, el clamor y la inxomprensión, o, lo que es peor, las miras interesadas, no de la multitud, sino de cierta parte social, de cierto elemento arcaico y misoneísta, que pasa por “ilustrado” por “independiente”, pero que en el fondo es mas beoclo y más fanático que la multitud. Este político, llevado, impulsado por su fe íntima y profunda, altamente patriota, habrá de entrar en pugna, habrá de chocar violentamente, desde el primer momento, con esta masa retardataria y anárquica, opuesta a toda innovación y a toda mejora social. Como la multitud es inconsciente, irreflexiva, si el aludido elemento “ilustrado” consigue alucinar y sugestionar a la masa, la lucha de tal político habrá de ser doblemente formidable. Puede darse el caso de que la multitud no logre ver el verdadero carácter y la gran abnegación de tal político, y entonces éste, acaso desesperanzado, fatigado del gran esfuerzo, renuncie a la lucha; pero si tal político posee todo el gran temple de alma que se se requiere para figurar en esta categoría, y prosigue en su labro tenaz, titánica, y logra vencer la resitencia de los retardatarios e incultos, o mejor, de los interesados, profundamente interesados en defender su propio modo de ser, que es toda su vida, en ese caso la nación y la sociedad en que tal político actúe habrán entrado en un nuevo período de su evolución. De todos modos, en uno u otro caso, el esfuerzo no será nunca baldío, y la semilla arrojada por este hombre entre sus conciudadanos –su alto y luminoso ejemplo de honestidad, de patriotismo y de rectitud, sus anhelos, sus esperanzas y sus deseos- germinará y fructificará a lo largo del tiempo. Azorín.






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